El nombre de la rosa

En estos días revueltos en USA, el ayuntamiento de Washington ha cambiado el nombre de una calle frente a la Casa Blanca por el de Black Lives Matter, las vidas de las personas negras importan. Andan por otros sitios derribando estatuas que rinden recuerdo de personas insignes que seguro fueron amantísimos esposos y padres, pero que por circunstancias de la vida eran esclavistas, mire usted qué cosas. Y claro que la historia hay que verla con perspectivas, y toda matización puede enriquecer nuestra mirada al pasado, pero una cosa es tener una visión correctamente contextualizada, y otra es rendir homenaje público, en forma de nombre de calle o de edificio emblemático, a personas y hechos que hoy en día nuestra sociedad no toleraría o no debería tolerar.

Dicen buscar un nombre que sea inclusivo y no provoque agravios a nadie.

Y en esas estamos cuando, en virtud de la tan polemizada ley de memoria histórica, el Ayuntamiento de Cádiz vuelve con lo de cambiar el nombre al estadio Ramón de Carranza, nombre que seguramente recoge lo peor de nuestra historia. Dicen buscar uno que sea inclusivo y no provoque agravios a nadie. Casi nada. Y está muy bien que el Ayuntamiento quiera cumplir la ley y eliminar símbolos de un pasado que debemos sepultar aunque no olvidar. Pero tal vez no sea tan buena idea hacerlo poniéndose contra una afición que no reivindica otra cosa que su pasión por un equipo.

Esperamos que desde el Ayuntamiento encuentren un camino intermedio que permita cumplir una ley, tan importante para la salud de nuestra democracia, sin perder un nombre que los aficionados han hecho suyo llenándolo de identidad amarilla. Tal y como se propone desde la Federación de Peñas, dejar solo el apellido eliminando el nombre que tanto lo manchó, podría llevarnos por ese camino intermedio. Esto haría que el nombre perdiera una simbología incompatible con nuestros valores democráticos, sin perder la esencia del cadismo que impregna un apellido que no es exclusivo del tal Ramón.

No perdamos la memoria colectiva de una afición que solo defiende su pasión por un equipo. Y no llenemos nuestras ciudades de símbolos vacíos que no cumplan su función de aglutinarnos a todos en torno a un proyecto común de ciudad. Menos estos días en los que la biología nos está asestando un severo golpe. Parafraseando a Umberto Eco en el cierre de su novela, esperemos que de la rosa no nos quede únicamente el nombre.