Derechos de emisión

Antes de la conversión en Sociedades Anónimas Deportivas, los socios de un club disfrutaban de un cierto estatus de accionistas. Podían participar en las asambleas generales y, con su voto directo o a través de compromisarios, cambiaban al presidente, aprobaban los presupuestos y tomaban parte en las decisiones importantes. El sentido de propiedad que un aficionado tenía hacia su club era algo más que un sentimiento. Hoy en día un abonado paga por el derecho a ocupar una butaca en la grada. Tiene la opción de animar a su equipo cuando le gusta lo que ve, o abuchearlo en caso contrario. Puede incluso sacar su pañuelo en gesto de desaprobación hacia la presidencia, aunque sería un gesto estéril ya que los cargos depende ahora de otras instancias.

Hoy el fútbol es un espectáculo televisivo.

En los años noventa las televisiones comenzaron a pujar por los derechos de emisión de los partidos de fútbol, lo que supuso un cambio en la balanza de intereses de las Juntas Directivas. Los ingresos por estos derechos fueron incrementándose hasta superar a los de la taquilla. El espectador televisivo empezó a tener más peso en las prioridades de las entidades que los aficionados que acudían al estadio. Actualmente, los ingresos que un club modesto como el Cádiz percibe de las plataformas, suponen perfectamente el 75% de su presupuesto completo. Es un pellizco por el que merece la pena tomarse ciertas molestias.

Hoy el fútbol es un espectáculo televisivo. Cuestiones como el color de las camisetas, la iluminación del estadio o ciertos elementos de su arquitectura, deben pasar un fino escrutinio con criterios puramente audiovisuales. Incluso el público forma parte de ese producto mediático, enmarcando y dando vistosidad a los lances deportivos. Con la pandemia, y la obligación de jugar los encuentros a puerta cerrada, las televisiones han descubierto que este último elemento puede ser sustituido, con un resultado más o menos aceptable, por un software que llena los asientos vacíos y aumenta el sonido ambiente cuando la tensión del encuentro se incrementa. El espectáculo debe continuar a casi cualquier precio.

Con las cosas así, los horarios de cada jornada se confeccionan para estirar al máximo las audiencias televisivas. El mando del espectador, cómodamente instalado en su sillón, tiene el control. Los horarios menos atractivos para acudir al estadio, suelen ser los más demandados para disfrutarlo en casa frente a la pantalla. Da igual que asistir a un encuentro un lunes en horario de prime time suponga regresar a casa casi de madrugada. El aficionado siente los colores de su equipo, y en las directivas entienden que podrá aguantar con todo.

No diremos que lo ideal sería que los clubes renunciaran al dinero de las televisiones. Es una inyección de capital con la que el fútbol ha crecido espectacularmente en las últimas tres décadas. Sin embargo, al amparo de unos presupuestos altos, y en ocasiones favorecido por los intereses particulares de ciertas juntas directivas, se ha permitido que el mercado de fichajes tome un cariz fuertemente especulativo, y las prioridades de las entidades han dejado de discurrir en paralelo con la de los aficionados de grada.

Harían bien estas juntas directivas en devolver parte del control que ejercen sobre las entidades a aquellos que de verdad llevan a sus equipos dentro. No por establecer una especie de justicia poética, sino por equilibrar un negocio que, a fuerza de exprimirlo, está produciendo un gran desencanto.